A Jordi Cuixart i Navarro, agraint-li la seua enteresa
Parece ser que Jesús de Nazaret,
rabino galileo de procedencia popular, independientemente de la creencia político-religiosa propia, o que
algunos le atribuyen, sobre la necesidad de liberar al pueblo judío de la
dominación romana ( Mesías) y también del
proceso de deificación posterior ( Hijo de Dios), fue capaz de sintetizar, a
pesar de las numerosas y diversas
corrientes de pensamiento existentes en su época, una forma idónea de entender las relaciones
humanas, una visión doctrinal dirigida a la raíz del problema suscitado por la
necesidad de conformar una sociedad sobre
la base de principios éticos y no estructurada en torno al poder, el dinero y
la dominación de unos sobre otros. Es decir, una sociedad que mereciera el
calificativo de verdaderamente humana.
Cosmovisión difícil de entender cuando la sociedad está
construida de manera que la supervivencia exige competir y destacar en la
capacidad por dominar y esclavizar al prójimo. No obstante muchos de los que
escucharon al rabino Jesús consideraron esta cosmovisión viable por lo que se
suscitaron esperanzas de justicia e igualdad en el pueblo, pero también
animadversión en aquellos que
conformaban el poder político, religioso y militar en el Israel de aquel
tiempo. Una concepción de las relaciones
humanas fundamentada en la verdad, la igualdad, la justicia, la solidaridad, el
equilibrio entre la persona individual y la social-comunal, el reparto de la
riqueza generada con el trabajo
colectivo, etc. Es decir, una cosmovisión de las relaciones humanas que se
resumen en un concepto y en una realidad
convivencial: el amor.
No se trataba de ninguna novedad, pues
la cosmovisión del amor como sostén
de relaciones verdaderamente humanas, ha sido explicada a lo largo de la
historia de la humanidad en numerosas ocasiones y se ha manifestado válida como
principio rector de la convivencia. Desgraciadamente, al surgir la escritura
dentro de estructuras de carácter imperial, y por tanto militaristas,
jerárquicas y desiguales, las organizaciones
sociales basadas en el amor han pasado desapercibidas, de manera que incluso resultan
extrañas en el momento presente por falta
de referencias históricas.
En la sociedad israelita de los siglos
anteriores y posteriores a la vida de Jesús de Nazaret existía, como hoy día, ya que la estructura social
es similar en muchos aspectos, interpretaciones religiosas y civiles encontradas acerca de la ética, el comportamiento moral debido,
la necesidad o no de jerarquías y leyes;
sobre formas de entender los gobiernos, relaciones con las potencias militares
imperantes en el momento, en concreto Roma y un largo etcétera. Pero ninguna
resultó tan impactante como la cosmovisión del rabino Jesús de Nazaret caracterizada por dar al amor una categoría
especial y convertirlo en el componente principal, el alfa y el omega en el
lenguaje de sus posteriores seguidores, de
la convivencia y la socialización.
El valor de tal cosmovisión consistió en pasar por encima, trascender, o lo que es lo mismo, encontrar la base, lo
que subyace, a lo que se propugnaba desde las principales corrientes
político-religiosas del momento, enfrentadas por parciales: fariseos de Hillel
o Beit Shamai (1), Saduceos, Zelotes
e incluso Esenios (2), en muchos
aspectos coincidentes con el mensaje de Jesús, de manera que, como
atestiguan los evangelios, se contaban entre
sus oyentes y seguidores participantes
de estos colectivos, aquellos que a pesar de su ideología particular
conservaban el espíritu de búsqueda constante de la verdad, encontrando en sus
enseñanzas la necesitada visión
global de y para su existencia.
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