martes, 12 de septiembre de 2017

EL ESPÍRITU LATE POR CATALUÑA


 EL  ESPÍRITU  LATE POR CATUÑA (*)

Un artículo de Rafael Rodrigo Navarro

«A Barcelona hay que bombardearla al menos una vez cada 50 años» (Baldomero Espartero, 1842) (1). Este aserto de quien fuera  Presidente  del Consejo de Ministros en tres ocasiones (1837-1837), (1840-1841) i (1854-1854)  y regente del reino de 1840 a 1843, nos acerca al análisis de lo que está pasando en este momento en Cataluña, pues son muchos los que están de acuerdo con lo dicho por el general Espartero y se impacientan con el hecho de que el actual gobierno de España no haya realizado ya una contundente demostración de fuerza contra Catalunya. De hecho han pasado ya los cincuenta años de rigor tras la derrota de las instituciones catalanas, el Parlament y  la Generalitat, tras la  última  guerra civil española  (1936-1939).

Pero a su vez esta frase indica la existencia de un tipo de realidad profunda en el pueblo catalán  que los poderes oligárquicos no consiguen extirpar. Se puede anular  durante una o varias generaciones, pero el poder del estado sabe, o quizás no sabe, que resurgirá. Por lo menos Espartero fue consciente de ello.

Nadie que no ame a su nación, puede entender el problema catalán. No hablo de la patria, ese vocablo  de rancio tufo oligárquico, patriarcal y militarista que se impuso  definitivamente durante el siglo XIX en España, y en otros países, tras  el triunfo de las revoluciones liberales.

El concepto de nación  en sus inicios se identificaba  con el de pueblo.  La palabra nación tiene un mismo origen etimológico que la palabra griega gea (tierra ancestral) y el verbo castellano engendrar (2).  

Una nación nace y crece a partir de un territorio en el que la crianza de los hijos e hijas que  han de procurar a su vez su descendencia y continuidad en el tiempo sea posible. Los habitantes de ese territorio en general  comparten una misma lengua, siguen una parecidas costumbres y sobre todo se sirven de una ética propia y al mismo tiempo universal que rige su convivencia desde dentro, con autogobierno.  De ese modo la  norma jurídica se identifica con la moral elaborada con el análisis continuado de la conducta grupal mediante la democracia directa, posibilitando así que el acto de juzgar sea este a un tiempo a aplicar la norma y a revisarla para mejorar las relaciones personales en la comunidad nacional. Una nación en sentido estricto debe compaginar la convivencia con la libertad tanto  individual como grupal, en la que se incluye la libertad de conciencia.  

Existen otras muchas  realidades sociales que comparten el mismo vocablo pero no tienen el significado que acabamos de exponer.  Y desde luego  el concepto de estado-patria tan comúnmente aceptado hoy día, nada tiene  que ver con el concepto  de nación.

En todo caso este tipo de realidades que  se podrían denominar supranacionales, los estados,  tendrían sentido si su estructura estuviera montada de tal manera que no fuera en contra de aquellas naciones que la componen. Lo que no es el caso.

Aunque en el siglo XIV algunos propusieron que Isabel y Fernando fuesen llamados reyes de España, no se hizo por carecer este término, por otro lado muy antiguo,  de entidad jurídica.

Más tarde, en la medida que el estado se fue consolidando como tal,  dando lugar al llamado estado moderno, se utilizan los conceptos de España o Las Españas según los casos, lo que indica ambivalencia a causa de la pretendida unidad y la  presencia de  fueros y formas de autogobierno singulares  propios de las comunidades existentes.  Sin embargo, a partir de las revoluciones liberales el concepto de España, como nación-estado unificada y excluyente, se potencia, consolida y  llena de contenido jurídico y con ello un modo de entender el  territorio como exclusivo y excluyente de “la nación”.

 Se trata  de una situación similar a la de la formación de  Europa en la actualidad, con la diferencia de  que, puesto que el supraestado europeo se está formando a partir de los llamados estados nacionales previos en cuyo interior jurídicamente han dejado de existir las naciones que estuvieron en su origen,  la dinámica  en marcha es diferente.  

De hecho el intento de formar un supraestado en Europa no es sino un cambio en la amplitud de la estructura de estado único.  Las  naciones europeas hace siglos que sucumbieron a la dinámica de la omnipresencia y  dominio de los estados.  Una Europa de las naciones, aunque reivindicada por algunos, parece irrealizable ya que llevaría a conflictos  semejantes a los que se están dando entre España y  Cataluña.  Por ello es lógico que el apoyo europeo que solicitan los independentistas catalanes, les  sea negado por una Europa en proceso de unificación. Lo lógico es que siga destruyendo a las naciones que todavía existen en su territorio y no que las potencie.

En realidad lo que se consolidó durante el siglo XV con  Carlos  V  y  los  Augsburgo,  fue  la paulatina  destrucción de las  naciones existentes en aquel momento en el territorio de la península Ibérica, dando paso a virreinatos dirigidos desde Madrid, es decir acordes con el capitalismo mercantil que se estaba desarrollando y cuya organización política evolucionaba ya entonces rápidamente hacia el concepto de nación-estado que se inició primero con el absolutismo borbónico y  posteriormente con  las llamadas revoluciones liberales.

Si bien España hubiera podido constituirse en una federación de naciones libres, no fue el caso porque la dinámica de crecimiento del capitalismo lo hacía imposible. Y  esto por varias  razones. En primer lugar porque dado que la organización  del estado es en todo contraria a la estructura de nación, en la medida que crecía aquel había de menguar ésta.  Es por ello que la historia de España y de cualquier otro estado europeo,  presenta un continuo de guerras contra los pueblos y  las  naciones autónomas existentes o con pretensiones de existir,  confrontaciones  que en algunos casos  se convirtieron en guerras civiles como las que  asolaron los siglos  XVIII, XIX y XX en España,  o en guerras genocidas  de exterminio como la que tuvo lugar en Francia en la Vandea, tras la revolución de 1789, por sólo citar una.

 El estado moderno lo que busca, no es necesario insistir pues las evidencias son casi  totales,  son individuos aislados  a los que regentar y no individuos inmersos en grupos sociales  con autonomía y vida propia que a su vez  puedan asociarse libremente.

Si la nación conlleva la existencia de un territorio, lo mismo acurre con el estado,  la manera de  participar de ese territorio es radicalmente diferente.  En el  caso de la nación el territorio puede ser compartido. Nada repugna en este sentido. Sin embargo constituye la razón de ser del estado su exclusividad más radical.  Lo que tiene que ver, a su vez,  con el concepto de propiedad. En la concepción del estado contemporáneo, como ya ocurrió en el Imperio Romano, la propiedad pasa de entenderse como  relativa, lo que permitía  la  ayuda mutua  en igualdad y  la cooperación  también en igualdad de varias naciones sobre un mismo territorio,  a  absoluta.  Con  la dominación de un pueblo sobre el resto , desaparece definitivamente el concepto de cogestión, excepto en el caso de ocupación de territorios  coloniales.  

Es evidente que en un estado, en el que la defensa de un territorio es lo primordial, éste no puede ser compartido. Hablamos de una parte de la historia de la humanidad, la de las oligarquías reinantes, no de los pueblos libres que también existieron, aunque el interés de los historiadores haya sido menor a la hora de estudiar su existencia y significado, durante los últimos cuatro mil años, del que es un ejemplo, entre otros miles, el irresoluble enfrentamiento de  Israel y  Palestina dentro de los parámetros geopolíticos por los que se rigen los modernos estados.

La nación libre, comparte el territorio  en primer lugar porque entiende más apropiado para la supervivencia la cooperación frente a la exclusividad, la falta de cooperación  y  la guerra.  También porque la gestación, el nacimiento y la crianza de la prole convienen a un territorio sin conflicto y finalmente porque, puesto que la nación libre  recela del  estado, evita alimentar su poder y  militarismo.  En realidad  hasta los tiempos históricos,  en que surgieron los estados,  el ser humano en términos generales  había sobrevivido  gracias a la  cooperación más que a la guerra de rapiña.(3)
Pero aunque es cierto que todo esto cambió en un momento dado y las naciones como tales dejaron de existir, lo que para muchos constituye  un progreso, no es menos cierto que continuarán los conflictos entre estados,  hasta que abandonemos de nuevo los conceptos de propiedad privada absoluta  y  territorialidad exclusiva.
Frente  a la existencia de naciones que tienen su origen en grupos humanos naturales, los estados son con toda evidencia creaciones de minorías oligárquicas,  ricas, armadas  y dominadoras de pueblos y personas. Por ello, como ya  hemos dicho, se oponen y opondrán al concepto de nación  independiente y libre.

Hay más. Estas élites mandantes que rigen los estados, o que como en el caso catalán tratan de crearlos, que  diseñan y rigen  el mundo actual a su antojo  y que son responsables de las fronteras  existentes, lo que equivale a la exclusión de muchos pueblos del concierto internacional, no se rigen por una ética puesto que su razón  ser, la razón de estado, es  la  dominación y la fuerza. La ideología que les sustenta es la del darvinismo social, su religión la de la jerarquía y el poder, y su convencimiento el  de que  no hay que ser ingenuos y  hay que golpear primero  si se quiere sobrevivir. Conforman un pensamiento tan ajeno y diferente de la necesaria cooperación entre seres humanos, que estamos tentados de calificar de subhumana a esta civilización de los estados, permanentemente jerarquizada, orientada a la conflagración bélica, y que se constituye básicamente entre dominadores y dominados, lo que supone a su vez un bloqueo y una pérdida importante de aquellos sentimientos necesarios para la convivencia, entre ellos el del amor.

Lo más curioso es que esta manera de pensar que se ha generalizado en la sociedad , no corresponde exclusivamente a la minoría mandante sino a todos aquellos que la han hecho suya y que es la ideología del superhombre y la voluntad de poder, preconizada por Nietzsche. 

Pero si el problema de la independencia de Cataluña, resulta tan controvertido, llama tanto nuestra atención y se ha convertido en tema de reflexión para muchos,  es porque en él  se  superponen dos tipos de reivindicaciones a un tiempo.

Al inicio del presente  escrito hemos dicho que  no se puede entender el problema catalán si no se ama profundamente a la propia nación (el castellano a Castilla,  el  gallego a Galicia, el euskaldún a Euskal Herría, etc.)  y  no a esa entelequia llamada patria, militarista y jerárquica que dice que la democracia es ir a votar cada cuatro años y  hace del ser humano un productor esclavizado y un participante de un ejército permanente y agresor. La astucia de  la  oligarquía mandante ha consistido desde siempre, en intentar, sin éxito,  que los seres humanos proyecten sus sentimientos, entre ellos su amor  sobre el estado, para lo que se le ha añadido el adjetivo de nacional.

Pero el amor  nace de la integridad, es decir del equilibrio de nuestra naturaleza corporal, psíquica y espiritual, y al mismo tiempo de conducirnos en  libertad. Quien pierde este  equilibrio que por otro lado  responde a  la estructura  básica de cualquier ser vivo, no  puede entender ningún fenómeno social  en que los sentimientos de amor, entre otros,  estén presentes. Por desgracia la sociedad moderna nos tiene sumidos, por  la propia necesidad de la  experiencia de ser dominadores o dominados, en un  desequilibrio permanente y  esa  falta de integridad conlleva a su vez dificultades en resolver aquellos problemas humanos que necesitan de perspectivas globales.

Lo desconcertante para muchos  del  problema catalán  resulta  de la superposición  de dos aspiraciones opuestas:  el amor del pueblo catalán (lo que queda de él) por su libertad, es decir por vivir como  nación  propia y  singular con su lengua, sus usos y costumbres, su autonomía jurídica y sus normas convivenciales por un lado y , por el otro,  la pretensión de sus oligarquías mandantes de formar un estado, lo que equivale apuntarse a la escalada de explotación  y dominación de cualquier estado consolidado como tal.

En  este sentido es interesante el artículo  de Pere  Rusiñol  “Independencia de Catalunya: ¿Con la ayuda de Trump o de China?”, aparecido en el diario digital “El diario.es” (4) en el  cual  se analizan las posibilidades que tiene Cataluña de conformar realmente un estado independiente. Según el autor desde el punto de vista  de  las estrategias geopolíticas actuales, las posibilidades son prácticamente nulas, a pesar de que siempre existen resquicios  que  en otros casos han sido aprovechados por quienes han llegado a crear un estado nuevo.  En cualquier caso la existencia de un nuevo estado, habría que englobarla en una misma dinámica de poder y dominación a escala mundial.

Así pues, según el autor, la  pretensión de crear un estado propio parece estar condenada al fracaso. ¿Entonces, se pregunta,  por qué los dirigentes catalanes se arriesgan y  no cejan en su empeño? Según el autor,   porque han visto en esta forma de populismo un rédito electoral.  Pero la respuesta no parece convincente y resulta  demasiado simple, ya que  con dicho rédito precisamente se verían obligados de nuevo a plantear la independencia de Catalunya.

En Cataluña, como sugiere la frase de Espartero, existe una realidad más profunda y difícil de combatir. Y  esa realidad, puesto que hace su aparición de forma cíclica a lo largo de la historia, no es otra que la permanencia  en  su existencia  de la nación catalana,  nación  que se sustenta en  aquellos que la aman, algo también muy real, aunque generalmente no se  tenga en cuenta  en los análisis.  Es por ello que ha sobrevivido en la historia y  sobrevive a pesar de lo convulso del momento actual, hasta que las estrategias de poder  tanto de dentro como de fuera, cada vez más sutiles y  por tanto más  poderosas, en su intento, acaben con ella. O no.


JOCS FINITS I JOCS INFINITS



Un article de Carme Juncà Campdepadro

Publicat al Punt Avui el passat diumenge, 10 de setembre


“Jugar a jocs infinits és crear amb cada decisió i les troballes van a la pròpia motxilla
En la línia de Llull, Xirinacs va dissenyar el Globàlium com una eina per pensar la realitat. Volia situar en un mateix model “des de Déu fins a una espardenya”, deia. Les 26 categories del model menor i les 80 del major estan relacionades entre si i agrupades o bé sota el paraigües de la no-contradicció, on si una cosa és veritat, la seva contrària és falsa, o bé sota el de la sí-contradicció que empara aquells aspectes de la realitat on si una cosa és certa la contrària també ho és.
Llegint Xirinacs em va venir al cap un text de James P. Carse, exdirector d’estudis religiosos a la Universitat de Nova York, que distingeix dos tipus de situacions vitals que ell anomena jocs. Hi ha jocs finits i jocs infinits. En els primers les regles són clares i el terreny de joc, delimitat. Aquí trobaríem les categories que Xirinacs aixopluga sota el paraigües de la no-contradicció. Són situacions teatrals, previstes, que els jugadors, ja siguin individus o col·lectivitats, resolen seguint unes normes establertes i, segons com ho facin, seran els primers, els segons o els darrers. Qualsevol carrera, ofici, una empresa, la ciència, etc. és un joc finit que acaba donant un títol a qui juga. Els títols impliquen reconeixement, poder o glòria, estructuren la societat i ens la mostren estable i sòlida.
Però hi ha aspectes de la realitat com a mínim més interpretables. Són els jocs infinits, on cada individu o col·lectivitat juga a partir d’una exclusiva línia de sortida carregat amb un bagatge propi a l’esquena. Tothom està a punt per jugar. No hi ha regles i el terreny de joc és tan sols el proper pas a fer. Jugar a jocs infinits és crear amb cada decisió i les troballes i vivències van a parar a la pròpia motxilla i així el proper pas beu de l’experiència del pas precedent. Els jocs infinits tenen a veure amb el món de la sí-contradicció, que agrupa tots els aspectes relacionats amb la subjectivitat, el sentit, la vivència, l’art, la cultura, l’espiritualitat i d’altres. En aquests àmbits tot pot ser ell mateix i el contrari en equilibri dinàmic. Podem decidir que Dalí és genial o que no ho és, que és millor saber nedar o que no, que Al·là és Déu o que no ho és, que prendré drogues o que no les prendré. Tot pot ser vàlid i segons el que escollim escriurem la nostra història. El resultat és el solc en la mar del qual parlava Machado.
El principi de sí-contradicció és, per Xirinacs, revolucionari, ja que entendre i acceptar que la realitat no és unívoca amplia el marc de referència en el qual ens movem. Per Carse, la incertesa del proper pas ens agermana en el joc infinit de viure.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Apuntes sobre el auge y la decadencia del Pueblo durante la Edad Media

Un artículo de Jesús Franco 

‹‹Al actual orden vigente le es imprescindible, para legitimarse como la sociedad perfecta y completa, un desvergonzado falseamiento de los periodos de la historia que son superiores al mundo de hoy››. Félix Rodrigo Mora.

La relación entre las minorías con poder y la gente corriente, esto es, entre el Estado y el Pueblo, es un asunto al que se le presta una escasa atención. Ni las tribunas mediáticas, con su cohorte de paniaguados “intelectuales y artistas”, politicastros, académicos, comunicadores…, ni las clases populares, en general circunscritas a los límites de su privacidad, reflexionan sobre el desigual peso de élites y personas del común en el momento presente. Desequilibrio que es uno de los más agudos de los últimos 2000 años en los territorios de la península Ibérica. Más bien, el panorama es mayoritariamente percibido como “normal”. Lo que prueba la capacidad del ente estatal y la gran empresa, a través del adoctrinamiento por múltiples vías (escuela, publicidad, medios de “información”, industria del ocio…) y métodos (religiones políticas, teorías, consignas…), para desalojar de la mente y del corazón del individuo de a pie valores e ideales como dignidad, libertad, autogestión, verdad o capacidad de pensar por sí mismo. Y la desamparada situación en la que este último se encuentra.
Una irracionalidad que conduce al maridaje entre oprimidos y opresores, a la negación de la lucha de clases, a solicitar de las instituciones remedios para los males y ayudas ante las necesidades, a una resignada calma social.
Pero quienes creen, quien más quien menos, que el actual orden social resulta el más satisfactorio de todos, el cénit del progreso civilizatorio, yerran.
 La libertad para pensar y ser desde uno mismo es negada ab ovo; la libertad para actuar es regulada y vigilada por un entramado de leyes de elaboración ajena, magistrados que nadie ha elegido ni siquiera formalmente y un ejército de ocupación interior, dotado de excelentes instrumentos armamentísticos y tecnológicos; la libertad política no existe, la carta constitucional de 1978 establece el sistema liberal de partidos políticos y parlamentos, localizado en las antípodas de la democracia (a menos que, despreciando el gramo de auto-respeto que podamos conservar, consideremos como tal a la pantomima de introducir cada cuatro años un sobre en una urna); la soledad en las grandes urbes y la ingesta de psicofármacos y otras drogas denotan que la vida relacional es una ruina; la reducción del amor de pareja a una suma de dos egos (más una mascota perruna) que viven para lo zoológico y hedonista muestra la intrascendencia que padecemos; el trabajo asalariado (en caso de tenerlo) es fuente de malestar, por su propia naturaleza servil, cuestión ausente de la agenda de anti-taurinos, “anti-capitalistas”, anti-católicos y demás “críticos” de lo establecido; el decadente estado de salud física de muchos indica que ni sabemos alimentarnos ni cuidarnos ni tenemos voluntad para ello; la desertificación creciente de la península Ibérica ilustra el fracaso de las “políticas públicas” en la gestión del medio natural así como del activismo ecologista, constreñido en lo institucional y leguleyo; la verdad ha sido sustituida por la propaganda y lo emotivo; la ética y las buenas maneras apenas interesan… Y así continuaríamos reflejando nocividades en curso hasta la depresión. 
Una terapéutica adecuada para mitigar el malestar generado por mirar de frente la realidad actual es el estudio de la historia. De la historia que provee de enseñanzas, sean completas o parciales, no de la elaborada con fines legitimadores de lo presente. Las cosas no siempre fueron tan nocivas como lo son hoy. Ni están abocadas a continuar siéndolo. Afirmación simple pero que es olvidada debido a una combinación de teoría del progreso y “fin de la historia”, de repudio del pasado y de inmovilismo, de odio por la objetividad y de desprecio de la capacidad transformadora del hombre.
La historia bien hecha daría cumplimiento a varias exigencias: de un lado satisfaría la necesidad de conocimiento que es propia del ser humano, de otro rendiría tributo a una noción válida en sí misma, la verdad, y de otro señalaría elementos, tanto positivos como negativos (morales, políticos, estratégicos, etc.), que recuperar (ejerciendo de referentes) o descartar.
Las siguientes líneas están elaboradas a partir de “Municipalidades de Castilla y León. Estudio histórico-crítico”, Antonio Sacristán y Martínez, 1877.
*
En la Alta Edad Media se estableció el concejo abierto como institución política popular en el marco de ‹‹grandes y profundos cambios›› acontecidos en los territorios de la península Ibérica no sometidos al dominio islámico. Todos los vecinos serán convocados a participar activa y directamente, con voz y voto, en la gestión de la res publica; poseerán en plenitud vida civil, política y militar.
 Anteriormente, ni los municipios romanos (con la elitista curia) ni los visigóticos (con la figura del conde) conocieron procedimientos democráticos 1. Tales, retrocediendo más en el tiempo, sí se dieron entre los pueblos indígenas, quienes nunca constituyeron una unidad nacional y cuyo amor por la libertad, constancia y valor hicieron de la conquista y colonización romanas arduas empresas, especialmente en lo que hace a los norteños.
El surgimiento de nuevas ideas, instituciones y costumbres tuvo lugar al margen de la voluntad de la monarquía, de escaso poder entonces. Es remarcable, dentro de esta radical mudanza, que en Castilla y León la esclavitud, tal como existió en la Antigüedad, fue ‹‹desconocida››. Así como la ‹‹servidumbre feudal››.
De las deliberaciones de la asamblea vecinal emanaba el derecho consuetudinario, o de usos y costumbres, que precedió a la ley escrita en forma de carta foral. Cuando esto último ocurre ‹‹la constitución municipal se encuentra ya en pleno desarrollo››. Los acuerdos tomados en concejo eran de ‹‹fuerza obligatoria››, lo que informa de su carácter autónomo y soberano, de su ‹‹vida propia›› y existencia diferenciada de la corona, la nobleza y el clero. De una auténtica voluntad popular. 
Sacristán se apoya documentalmente en los fueros municipales, códigos privativos y privilegiados de los vecinos que obstaculizaban ‹‹la acción directa del poder central representado por la corona››. Los pobladores eran todos iguales ante la ley, superándose distinciones de clase y de fortuna. La elección popular de los cargos públicos 2 era anual; ello era un freno a las ‹‹ambiciones particulares››, una búsqueda, mediante el cambio de personas, del mejor gobierno posible y, también, ‹‹garantía de la libertad››. Los concejos gozaban de igualdad política entre ellos. Otras cuestiones sancionadas por los fueros son: la inviolabilidad del domicilio, la tolerancia religiosa 3, la garantía de la seguridad personal 4 y de la propiedad, y la responsabilidad, verdad y honradez con las que habían de ejecutarse los oficios concejiles (jueces, alcaldes, jurados, escribano, mayordomos…).
Una parte del territorio conquistado al estado islámico se destinaba a propiedad comunal. De la que ‹‹cada uno pudo tomar lo suficiente para sus necesidades››. El disfrute de este patrimonio (aguas, pastos, montes, baldíos, etc.) se obtenía ‹‹por el solo hecho de formar parte de la municipalidad››. El aprovechamiento vecinal contribuía a la independencia económica del municipio, complemento de su autonomía política.
Las milicias concejiles fueron la organización del pueblo en armas. Salían a campaña, ora formando parte (considerable) del ejército real, ora ‹‹por su propio acuerdo y de su cuenta y riesgo››. Era deber de todo vecino estar preparado para formar parte de ellas. La hueste concejil (caballería y peones) desempeñó un ‹‹papel importante en todas las guerras de la Edad Media››, logrando numerosas victorias sobre el enemigo andalusí; también en aquellos casos en los que no hubo intervención de ‹‹los demás órdenes del Estado››. A los concejos les posibilitó que se hicieran respetar y ‹‹aun temer››.
En las Cortes, a partir del siglo XII, radicará la participación supra-comarcal del elemento popular por medio de la designación de procuradores, sujetos a ‹‹lo resuelto y acordado›› en la asamblea municipal; siendo, por tanto, meros ejecutores. Este momento es identificado por Sacristán como el ‹‹apogeo›› del estado llano, como una manifestación de su ‹‹preponderancia adquirida››. En el siglo XV, ya inmersos en el declinar de lo democrático, se establecerá como derecho de la corona ‹‹la intervención en el nombramiento de procuradores››, quienes se convertirán en una especie de funcionarios reales.
Por su parte, las hermandades entre concejos, ‹‹acto propio y exclusivo de la autonomía municipal››, tuvo su motivación en ‹‹los agravios y desafueros cometidos por los reyes››. El elemento democrático pretendía así ‹‹poner un dique al desarrollo excesivo del poder real››.
El autor otorga al rey la categoría de ‹‹señor natural››. Esta genuflexión, empero, no le impide afirmar que ‹‹el espíritu democrático de la Constitución castellana nunca reconoció la voluntad del príncipe como fuente de derecho›› ni definir a las comunidades populares como ‹‹un verdadero poder público››, dada la importancia que lograron. El Pueblo no podía ser despreciado ‹‹sin graves peligros››. Tanto en los municipios denominados de realengo como en los de señorío, los habitantes tenían la facultad de ‹‹rechazar con la fuerza toda agresión violenta intentada por ricohombres o infanzones, sin incurrir en responsabilidad por la muerte dada al forzador››. A los nobles, salvo que fuesen ‹‹naturales, vecinos y moradores de las villas aforadas››, se les negó el desempeño de cargos públicos. Incapacidad de la que igualmente padecieron los eclesiásticos: el gobierno y administración de los concejos fue ‹‹completamente laical››; en el terreno político, entre municipios e iglesia existió un ‹‹constante antagonismo››. Asimismo, el monarca carecía de potestad para el nombramiento de los oficios municipales. La corona ejerció de ‹‹regulador›› de la sociedad medieval.
La relación entre la monarquía y el elemento popular estuvo marcada por ‹‹las circunstancias políticas del momento››: la necesidad de combatir militarmente a un peligro común, al Ándalus. El equilibrio de fuerzas se romperá durante la Baja Edad Media en favor de la autoridad real, cuando ésta comenzará a traducir en hechos el proyecto acariciado de una ‹‹dominación ilimitada››. La democracia se verá menoscabada; la libertad política recibirá ‹‹un rudo golpe››.
 El intento de Alfonso X en el siglo XIII de aplicar a las municipalidades una legislación o código general (Fuero Real y Partidas), ajeno a las ‹‹costumbres nacionales››, a un pueblo ‹‹caballeresco y libre››, fracasó debido a la ‹‹tenaz resistencia›› que opusieron aquéllas. Será bajo el reinado de Alfonso XI cuando dicho código alcance sanción legal (Cortes de Alcalá de 1348) y sean traspasados a la corona ‹‹derechos que hasta entonces eran considerados como el escudo más firme de las libertades populares›› 5. Los fueros municipales quedaban relegados a la categoría de ‹‹códigos supletorios››.
La realeza dirigió su ataque a cambiar ‹‹la forma interior de gobierno del municipio››, a introducir en él su influencia. La doble capacidad de electores y elegibles pasará, en las villas al menos, a estar limitada a ‹‹individuos privilegiados››, regidores designados por el monarca que excluirán ‹‹de la dirección de los negocios municipales al Estado llano›› y ambicionarán los cargos de las poblaciones de mayor importancia. Los ayuntamientos perpetuos ejercerán las atribuciones que antes correspondían a ‹‹la asamblea general de ciudadanos›› y serán ‹‹auxiliares de la corona contra las aspiraciones populares››. Estamos ante ‹‹un retroceso hacia la curia romana›› al verse dinamitadas ‹‹las bases fundamentales en que descansaban las franquicias populares››. A partir del reinado de Enrique III (1390-1406), la institución de corregidores permitirá la extensión de las ‹‹miras centralizadoras›› de la corona. Al acrecentamiento del poder real contribuirá significativamente la acción de los Reyes Católicos.
 Se fraguaba una contra-revolución, política y legislativa, a favor del ‹‹principio monárquico››. La rivalidad entre ‹‹el espíritu democrático de las libertades castellanas›› y el deseo de la corona de ensanchar su poder se resolverá del lado de esta última.

NOTAS
1 ‹‹El emperador no representaba otra cosa sino el derecho de conquista impuesto por las armas en la época republicana, y cimentado sobre la sangre y las derrotas de los indígenas: idénticos en el fondo y en la forma eran los títulos alegados por los nuevos invasores››.
2 ‹‹Los vecinos de cada parroquia, reunidos en concejo abierto, discutían libremente entre sí las cualidades de los candidatos y la conveniencia de encomendarles la gestión de los intereses públicos. Todas las diferencias quedaban por fin sometidas a la decisión de la mayoría››.
3 ‹‹Las primeras corrientes de intolerancia se manifestaron por parte de la corona en el reinado de don Fernando III (1240) y a fines del siglo XV en el pueblo››.
4 ‹‹El concejo entero debió acudir a la defensa del ofendido, considerando el ataque a un solo ciudadano como causa de desafuero general››.
5 ‹‹¿Cómo se comprende que las municipalidades, después de tantas pruebas de vitalidad y energía de la defensa de sus derechos, cediesen sin protesta alguna a la voluntad del rey, consintiendo en innovaciones tan contrarias a su índole democrática y opuestas al espíritu y letra de su constitución?››.