lunes, 10 de abril de 2017

CONOCER EL YO Y TRANSFORMARLO un artículo de Felix Rodrigo Mora

En el frontón del templo de Apolo, en Delfos, estuvo la inscripción "Conócete a ti mismo". Si se interpreta como un quehacer intelectualista, adquirir un saber sobre el yo que no se aplica a la mejora integral de la propia persona en la vida, se está incurriendo en error. Para su exacta comprensión, tiene que situarse en el contexto de la cultura griega. Ha de ir unida a la categoría de virtud personal, que es decisiva en su filosofía moral. Y tiene que enlazarse con la propuesta práctica de transformación consciente de si mismo que ofrece, por ejemplo, Pitágoras en "Versos aúreos".
En sí misma, significa que los griegos tenían una cosmovisión sobre el sujeto, y no sólo sobre la sociedad. En eso son superiores al mundo actual, en el que no hay una concepción acerca de la persona, más allá de ser concebida como criatura a aleccionar, deformar y triturar por el sistema educativo y el resto de los aparatos propagandísticos del Estado. Estos tienen como objetivo la destrucción de la esencia concreta humana y la creación de seres nada, mientras que los griegos estaban a favor de la autoconstrucción de sí, para hacerse sujeto de virtud, persona de calidad, ser humano.
Los rasgos de lo humano están en cada individuo como posibilidad, algo que debe escogerse y desarrollarse. o desechar e incluso repudiar. Ser es esforzarse en ser y es llegar a ser. Eso se hace con procedimientos específicos y es una tarea personal, en lo principal sin maestros ni gurús. El yo construye al yo, no hay otra forma de hacerlo.
Lo que propone Pitágoras, y luego desarrolla con ingenio práctico Benjamín Franklin, se apoya en varias ideas entrelazadas. Primero, estudiarse a si mismo, en silencio y soledad, dedicando mucho tiempo a escrutar la propia vida. Segundo, considerar que el conocimiento de lo real global que se logra con el estudio de sí mismo es superior, por más valioso y más auténtico, que el alcanzado por la lectura de libros y el mirar pantallas, pues convierte la vida vivida en primordial fuente de sabiduría. Pero ésta no es dada en el mero existir: hay que reflexionar sobre él. De ahí ha de salir un plan, un proyecto, una estrategia personal de autoconstrucción, de mejora integral. De virtud personal.
La tercera proposición es que el sujeto que desea llegar a ser por sí mismo, conquistando la autonomía del yo, se atreva a tomar partido en su conflicto interior, siempre existente, entre el bien y el mal, para reforzar el primero y combatir el segundo. Lo tiene que hacer conforme a método; ha de marcarse metas concretas, con las virtudes que desea convertir en parte de sí mismo, en hábitos personales. Esto es determinante, pues sólo lo que es hábito, práctica regular, es calidad de la persona, mientras que lo otro es sólo verborrea. La cuarta está en persistir toda la vida en la retirada periódica al interior de sí mismo, para hacer auto-estudio, fijar objetivos individuales sobre el yo y efectuar balances. Es una dura tarea, que ocasiona bastante desazón y sufrimiento, pero es la vía pera ser uno mismo y por sí mismo.
La virtud personal no puede comprarse. No puede acudirse al supermercado espiritual a contratar a "maestros" o "gurús" que enseñen el camino, porque la valía del sujeto únicamente es verdadera cuando es obra del yo. Además, hoy en aquél supermercado sólo se venden dos productos, felicismo (eudemonismo) y epicureísmo, con variadas marcas y etiquetas. Ambos niegan la virtud personal en la teoría y en la práctica, convirtiendo a la persona en egocentrada, débil, ignorante, amoral y, sobre todo, dependiente de otros y del sistema de poder. Ya lo dice Kant, "todos los eudemonistas son egoístas prácticos", pero además de eso suelen ser seres nada hoy fabricados en serie por los mercaderes de felicidad orientales y occidentales.

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