viernes, 3 de agosto de 2018

GRITOS DESDE EL CAUCA











Un artículo de Rafael Rodrigo Navarro 

La llegada de los comunicados que adjunto  del  Comité de Resistencia Indígena del Cauca Colombiano  (CRIC), me produce un sentimiento de profunda tristeza que deseo compartir con gente querida, en forma de reflexión.  



Se trata de una historia antigua, por desgracia muy antigua en algunos casos, que lejos de encontrar una solución apropiada se repite a lo largo de la historia de la humanidad.  Pero la aparición cíclica de esta lucha del pueblo, pueblos, contra el estado, los estados,  nos indica hasta qué punto el llamado desarrollismo está condenado a acabar en un estrepitoso  fracaso, no sin antes  sembrar miseria y  llevarse por delante infinidad de vidas humanas.

La razón es sencilla: el llamado progreso tecnológico resulta ser un falso progreso puesto que está orientado  en la dirección de una mayor acumulación de poder económico, político y militar  y no hacia el objetivo contrario, verdaderamente humano, de la disolución de todo  poder que evite la dominación de unos sobre otros.

La llamada revolución tecnológica, cuando se analiza con detalle, aparece como lo que es: una nueva forma de fortalecimiento del capitalismo y no una mejora de las relaciones entre los seres vivos. Con otras palabras, se orienta contra lo que el neurobiólogo y pensador chileno Humberto Maturana  llama la verdadera estructura biológica-cultural humana que en lenguaje científico recibe el nombre de autopiesis  y  en lenguaje popular  autogestión o producción continuada de sí mismos tanto  en el caso de los seres humanos individuales como  colectivos (pueblos o naciones).

Viene a mi mente, al escribir estas líneas, el paralelismo existente entre lo que ocurrió durante la segunda república española, el golpe  militar del general Franco , la consolidación de la  dictadura durante  más de cuarenta años y la llamada transición democrática, en lo que se refiere a la liquidación del poder de autogestión popular en España  por un lado, y  las actuales agresiones de estado colombiano contra otras formas de entender la organización social, económica y política, en este caso de los pueblos indígenas del Cauca, de los que se intenta su desaparición como tales  o una rendición incondicional.  

Tengo en las manos un antiguo libro del escritor Antonio Ramos Espejo titulado Después de Casas Viejas (1)  que como cientos de libros de la época recoge el testimonio directo de algunas personas que vivieron en aquellos años convulsos del siglo XX, en concreto durante  la segunda república, en los que se intentó por todos los medios contrarrestar la reacción popular que se estaba dando a lo largo y ancho de la península ibérica.  Principalmente  los jornaleros campesinos, pero también otro tipo de  trabajadores, viendo que en  nada les  habían beneficiado las  estructuras productivas del capitalismo implantadas a sangre y fuego durante el  siglo XIX y que de hecho les deparaban  miseria y hambre, intentaron  recuperar sus usos y costumbres, sus formas de autogobierno y las tierras ancestrales que  habían gestionado de manera exitosa en comunidad y en equilibrio con lo privado durante siglos.

No  obstante,  de todos es sabido  cuál fue la reacción del estado.  Una y otra vez  fueron enviados los guardias de asalto republicanos, la guardia civil monárquica y el ejército cuando fue necesario para  abortar el intento. Destrucción de lo popular que  continúa  hasta el día de hoy.

En el caso colombiano, el conflicto entre  el  ejército y la guerrilla de las FARCS durante años, seguramente en gran parte ficticio puesto que en nada ha afectado a la estructura depredadora del estado,  hizo que las organizaciones indígenas consolidaran sus  formas de  autogobierno en lo posible al margen del estado, prescindiendo de los partidos políticos y eligiendo a sus gobernantes según usos y costumbres. Al mismo tiempo hicieron crecer en la organización de su territorio lo que llaman  resguardos y  en nuestra historia europea se han llamado comunales.  Una institución fundamental para la economía popular que  no sólo  hace  posible una manera diferente de entender lo humano, sino  que resulta imprescindible para la  supervivencia de pueblos y culturas.
Pero de la misma manera que el estado capitalista no toleró la supervivencia de pueblos libres (naciones)  autogestionadas en Europa, de lo que es claro ejemplo lo que ocurrió en España durante los siglos XIX y XX, tampoco ahora puede permitir que sobrevivan en América.

En ambos casos la lucha se centra en la posesión de la tierra.  Una vez enajenados los territorios comunales, el estado  los desintegra y  utiliza para el progreso del capitalismo (los llamados milagros económicos, seguidos de profundas depresiones). Por el contrario, nuestros históricos comuneros y jornaleros así como los actuales pueblos indígenas de Colombia  lucharon y  luchan por  conservar  la autogestión de sus territorios ancestrales y  mantener un inteligente equilibrio entre la propiedad privada particular y  la propiedad comunal comunitaria, lo que resulta más humano que lo que se nos ofrece como organización económica desde el estado capitalista, una acumulación de tierras y  capital sin límite. Por definición, de existir lo comunal no podría existir tal acumulación.  Ello explica el alto grado de violencia actual contra las organizaciones , en este caso indígenas, que tratan de mantenerlo.
Aceptar el capitalismo como forma de organización humana, se convierte en la práctica  en una pérdida del control del territorio por  parte de quienes dicen gobernar desde el estado,  por la simple  razón de que las decisiones se toman en centros de poderes muy superiores y alejados. Y esto no constituye una entelequia. Basta  observar, con perspectiva histórica, lo ocurrido en tiempos recientes aunque se predique lo contrario. En lugar de asistir a una defensa del territorio, se asiste a una pérdida del mismo camuflada con el eufemismo de  “una defensa nacional”.

Es  por ello que desde una perspectiva comunera no existe la nación-estado tan cacareada   y  sacralizada por el liberalismo, sino una total pérdida de identidad nacional.  Desde este punto de vista el estado colombiano resulta ser una farsa,  como  lo es el estado español,  para los pueblos asentados en el territorio de la península ibérica.

Se  podría discutir  la amplitud de  lo que debe ser propiedad privada y propiedad comunitaria (no exclusivamente estatal)  de la tierra, del dinero  y de los bienes de capital (2),  y también la necesidad de compartir territorios,  algo cierto,  pero lo que no se puede admitir  es la pérdida sistemática  de la autogestión  popular  y  del   bien común, que el estado convierte en capital privado en un ilegítimo acto de enajenación, poniendo en peligro la supervivencia de millones de seres humanos. Y esto por dos razones fundamentales: porque destruye exitosas formas de supervivencia humana milenarias  y  porque no  ofrece alternativa realmente convincente ya que el valor de supervivencia del capitalismo no ha sido probado.  Por el contrario, el análisis histórico nos lo muestra expuesto a crisis cíclicas de nefastas y dolorosas consecuencias en forma de guerras y  todo tipo de destrucción. Y  numerosos analistas actuales  no dudan en afirmar que  este capitalismo está abocado al colapso, dadas las profundas contradicciones internas que no queremos tomar en consideración.

Así pues, aunque sólo fuera por lo dicho, el respeto hacia formas de organización económica no capitalista resulta fundamental para la supervivencia humana.

El estado español durante la casi totalidad del siglo XIX y XX,  indistintamente  en sus diversas formas de organización política, monarquía, república, dictadura o democracia parlamentaria, se ha visto obligado una y  otra vez a masacrar al pueblo quien al reclamar la tierra ancestral estaba exigiendo una forma de  vivir más humana, como en el  citado caso de Casas Viejas  durante la república, por nombrar uno. De hecho los campesinos  que  habían perdido sus tierras comunales  por enajenación legal ( leyes desamortizadoras) u ocupación militar, se veían impelidos a  recuperarlas no sólo para sobrevivir, ya que el capitalismo les abocaba a  la miseria, sino en un intento de no perder el sentido de la vida humana que dice que lo primero y principal  es la relación convivencial  y que se ha de gestionar dinero y bienes privados y  comunes, de manera que se preserve el amor convivencial, las buenas relaciones entre los habitantes de un territorio, la ayuda mutua y la salud de la  psique humana hoy tan destruida.

Los habitantes indígenas actuales del Cauca colombiano y por supuesto muchos otros pueblos (naciones) de todo el orbe, luchan  por la preservación de sus usos y costumbres que son a su vez su derecho consuetudinario, su ética y su capacidad de autogobierno. Sin embargo entonces y ahora, el estado contesta con lo que le es propio: las balas.

En realidad es así porque esta clase de supervivencia, la autogestionada y libre, se opone frontalmente a la estatal  necesariamente jerárquica y desigual, esclavista y opresora. Sin embargo los estados se perciben a sí mismos poderosos y poseedores de la verdad por lo que responden con violencia, pero con este tipo de respuesta amplían sus propias contradicciones que indefectiblemente han de abocarles al colapso. Mientras tanto su objetivo consiste en desintegrar a aquellos pueblos que mantienen relaciones horizontales, son capaces de repartir el  bien común y permanecen libres. Un obstáculo al irracional proyecto de dominación, desde las alturas, ideado y llevado a la práctica  por minorías mandantes.

Cada vez que en esta lucha por la supervivencia vence el estado, lo que queda no son pueblos libres (naciones) en el interior de un territorio, sino individuos aislados, psíquicamente desintegrados, ajenos a un proyecto comunitario. Sin eufemismos, esclavos condenados a  hacer y trabajar en lo que quieren los amos y a quienes se les facilitará la vida  según  sean los intereses  de éstos, reducidos a seres sin criterio y por tanto expuestos al adoctrinamiento hasta el punto de confundir su razonamiento con el de quien los controla.

Lo que está ocurriendo en el Cauca colombiano en el presente resulta ser un libro abierto sobre lo que ha sido la reciente historia europea  de los siglos XIX y XX: la extinción metódica del pueblo, pueblos,  en un intento de  destruir su autogestión y  organización política  para  reducirlos así a “reservas” o dispersarlos fuera de su territorio, fenómeno social que hoy día se llama emigración.

Rafael Rodrigo Navarro





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(1)     Editado por Argos Vergara en 1984 con ISBN 84-7178-728-8
(2)     Hay muchas personas que se quedan totalmente perplejas ante este tipo de  afirmaciones, pues confunden lo comunitario con lo estatal, pero nosotros no podemos hacer dejación de la inteligencia a la hora de diferenciar ambos conceptos.
Lo estatal hacer referencia a la defensa de un territorio pero no a su gestión. En la naturaleza la defensa está subordinada a la supervivencia del ser vivo, en este caso de carácter social,  y su relación es la de la parte al todo. De esta confusión resulta una catástrofe de incalculables consecuencias, al  permitir que la defensa ocupe el lugar del gobierno del ser vivo, algo que no está contemplado en la naturaleza y resulta ser una disfunción. Así pues el estado no puede ni gobernar todo el territorio ni mucho menos  poseer el territorio en su globalidad. De nada sirve hablar de una propiedad privada dentro del estado capitalista que  resulta ser una contradicción en los términos.
Significado etimológico de estado es el de sistema defensivo, pacto establecido en mutua defensa. Su significado es por tanto el de una organización militar, el de una sociedad en estado de guerra. No podemos por tanto atribuirle, ilegítimamente otros significados tales como nación, sistema de bienestar, sociedad convivencial, paz  civil, etc.
Un ejército  no puede gobernar un  país, por ello nos oponemos firmemente a las dictaduras militares, sin embargo no nos percatamos que el estado es la estructura propia de lo militar y por tanto tampoco él puede gobernar lo convivencial.

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